PROHIBIDA LA TRISTEZA

Todos irán conmigo
en el milagro de estas manos,
inmóviles trincheras
donde acuné los miedos.
Ellas estrujarán un verso libre
en los secretos diarios
que nadie invadirá.

II

Quiero que me recuerden
por mis libros,
algunos inconclusos,
con sabor a desvelo y tinta vieja
de tanto ir y venir entre papeles
que intentaron ser voz.

III

Sueño rosas
de rojos avatares
meciendo su osadía
en los adioses últimos,
rosas recién nacidas
saludando el regreso.

IV

Prohibida la tristeza
porque solo fui triste
cuando evoqué la risa pasajera
de aquellos que me amaron
y que amé.
Después,
cuando mi cuerpo
bese
la tierra solidaria,
aprisionen mi rostro
en sus retinas
y sabrán que estoy cerca.

V

Nadie se va del todo,
no mientras el olvido
se desgaste
en el viejo tic tac
de la memoria.

CAMA DESIERTA - VI

Yo provoqué mi soledad
cuando el dolor
crucificó los sueños
y me volvió neblina.
Desdeñé los abrazos
y un encuentro cualquiera,
presa, prisión,
esclava del castigo,
me sentencio culpable
en el nombre herido
de los nombres.

VII

El espejo se burla
de mis canas.
Le cuelgo en sus esquinas
temerarias
las fotos inconclusas
y reclamo
mis ojos anteriores
para olvidar tristezas
repentinas
como cama desierta.

VIII

En su sábana infiel,
un lagrimón
festeja la nostalgia
mientras su llanto
acorralado
llueve por todas mis orillas.
Lágrima, sal,
huella cautiva
mi esperanza que duerme.
A nadie espero ya
y nadie me aguarda.
Ninguno volverá.

IX

Por la ventana herida
de esta alcoba
que atrapó mis memorias,
un mundo de grises
desconciertos
esconde su vigilia
y se adelgaza,
para invadir nostalgias
repetidas
en mi lecho sin nadie.
Su dolor empedrado
traspasa los umbrales
ateridos de lluvias
repitentes.

X

Mi sonrisa escapó
tarareando canciones
inconclusas
y aquella caricia redentora
dejó sus vuelos ayerinos
en un lecho ignorado.
Nada redime al tiempo
que murió sin saberlo,
porque el reloj del siglo
se detuvo
cuando el minuto arrodilló
sus pasos
suplicando perdones
que no llegan.

XI

El rencor desconoce
las tristuras nocturnas
que me acechan
con su venganza inútil
y nadie apaga
en el rincón herido
las luces insensatas
de este abismo
que duele
más allá de mí misma.

XII

Las sábanas deslizan
su dulzura de hielo
por el cuerpo erizado
de la luna,
que agota su romance
en la ventana
donde nadie sonríe.
Sigo perdida en el espejo
que reclama,
quietísimo,
el rostro antiguo
que perdí.

XIII

Mi alcoba intuye
ese dolor de piedra
y se desangra en ríos
que no entiende.
Vencida por la noche,
sus rezos prioritarios
se arrepienten
por susurrar perdones
donde el pecado
exige mi presencia.

XIV

En ella soy esa
que no fue,
la que camina
en la hora equivocada
por recuerdos absurdos,
la que detuvo su reloj personal
para inventarse horarios nuevos
en la nueva tristeza,
la que sueña milagros
que no existen
en los muros dolientes.
La alcoba me escudriña,
yo la dejo mirar.

XV

En el lecho de siempre,
mi cuerpo abandonado
muere
en el reclamo diario
del reproche
que asesina esperanzas.
Todo huele
a canción
del desconcierto,
sonata triste
su furia
que regresa
para sembrar recuerdos
fracturados
como beso
que no llegó a besarse.
Vencidos los recuerdos,
atrapadas de insomnios
las ojeras,
ayunos de caricias
los deseos,
dormimos el silencio
inevitable.

XVI

Respiro adioses absolutos
en cada despertar
de ese minuto
incompetente.
El reloj se inventó
para burlar amores.
Mi tristeza lo sabe
y se resigna.

XVII

Desde esta cama miserable
recorro los abismos
inmediatos.
El fantasma del duelo
me acompaña.
La puerta inclina
sus rubores secretos
en mi cuerpo desnudo
de humedades
y nadie viene a mí.

XVIII

Sola,
recitando recuerdos
que lastiman
como herida reciente,
me oculto en el espejo
mentiroso
de días anteriores,
para olvidar los grises
que me agobian.
Percibo con temor
mi propia muerte,
cercana,
redentora quizás.

XIX

Cama desierta
mi nostalgia que inverna,
monólogo de un tiempo
que no existe
la voz que se desgasta
en los oídos
de la ventana incierta
y desgarrada.
Nómadas las tristezas,
intrusas solidarias
de mis vuelos finales.

XX

El espejo desviste
mi deseo indiscreto
de saborear placeres
agotados.
Por ellos caminan
los fantasmas
que alguna vez
amé.
Todos nos fuimos
cuando el amor
vertió mentiras
de papel
en la esperanza rota
de los tiempos maduros.
La magia nos volteó
la cara
y se esfumó en sombreros
que no existen.

XXI

La venganza,
ese rostro de cristales
injustos
que profana conciencias,
me persigue,
se acuesta en mis almohadas
invocando la letanía
final
de los impíos.
El ángel redentor
pasó de largo.
Conjuro de los tiempos
su castigo indolente.
No la venzo en su intento
de tatuar
mi sonrisa fracasada.

XXII

Nada destruye más
que los infiernos propios,
bocetos destrozados
de un ojo en penitencia
como el mío.
No reconozco en él
a la que fui.
Medito en la oración
imposible
de su lágrima sola
que reclama el alivio.
Juntas nos desatamos
de amores
por todos los perdidos.

XXIII

La noche,
hermana temporal
de esta ventana ciega,
implora en su caída
que el otoño
le deshoje el misterio
de la nada,
para dormir el sueño
de aquellos que regresan
con dolores antiguos
como piedra sin nombre.

XXIV

Mi alcoba desfallece
una vez,
y otra
y otra…
Yo me dejo morir
sobre su cama,
desierta
como tierra sin fruto,
como río sin agua,
como Leda sin nadie,
de nadie.

XXV

Por eso los otoños
me castigan
negándose a morir
entre los rojos,
escapando en su verde triunfal
una hoja
recién nacida al alba.
En él desmayarán
sumisas,
mis memorias.

XXVI

Me duele la caída irrevocable
de las hojas
en su ruta al destierro final,
arrodilladas
frente al árbol vencido
que regresa a la madre originaria,
tejiendo adioses necesarios
en la retina diaria
del recuerdo.

XXVII

El alba lagrimea
su fracaso,
inútil estación
donde el color renace,
vertiendo en llamaradas
ese dolor del tiempo
absurdo
que no tiene regreso.

XXVIII

Lagrimón del asombro
perdiéndose entre besos
que no fueron.
Tierra desesperada
por tenerlos.
Quizás haya un destino
mercenario
para esos labios presos
de osadía,
quizás...

XXIX

Su vuelo irreverente
es otra piel
meciéndose en las piedras,
para parir hijos
de verdes arrogancias.
Nadie comprende el desatino
de sus hojas en fuga.

XXX

Los rojos escaparon,
tendieron sus pasiones
en la orilla certera
del capricho
para inundar silencios.
Hasta el sol repitió
sus ataduras
y amarilló en su lecho
los deseos perpetuos
y el camino.

XXXI

Yo me encontré con él,
cara al destino
destinando rubores
en los cuerpos perdidos.
Yo me encontré con él
y fuimos uno.

XXXII

Sus ojos de sequía
necesitan mi aliento
para salvarse
en aguas vespertinas.
Yo necesito el vuelo
de su sangre
para vestir mis lunas
apagadas
y recorrer su cuerpo
que fallece.
La muerte nos sonrìe
en la herida somnolienta
del minuto que pasa,
yo la dejo mentir.
Otoño y esperanza son lo mismo.
Ellos siguen aquí.

XXXIII

Vuelvo a la alcoba vengativa
con sus sombras
hiriendo
esta retina antigua
y desquiciada.
Nunca me fui del todo.

XXXIV

Traspaso los abismos,
me fundo en esa piel
con la pregunta inquieta
del que rechaza
todos los perdones
y enciendo la plegaria
que nadie escuchará.
Doblo rodillas
invocando señales
salvadoras
y vuelvo al llanto
despiadado
de otro abismo que nace.

XXXV

Me acurruco
en la forma primigenia,
dolor de hija
insatisfecha
buscando leche
atardecida,
madre que no meció
los sueños necesarios
en la cuna certera.

XXXVI

Verde la leña humedecida
que forjó mis desvelos,
verde el color naranja
de las hojas fugaces
que murieron
como ese otoño reincidente.
Verdes los ojos
que tejieron su lágrima
nocturna
en esta alcoba
de sábanas indignas,
como el beso negado
que nunca se arrepiente.

XXXVII

Mi lecho gime sus reproches
en el minuto diario
del orgullo.
Hereda soledad tras soledad,
regalo incierto su destino
que cose intimidades
donde nadie lo mira.

XXXVIII

Por la ventana ciega
desfilan en comparsa
la noche y sus desvelos
rutinarios.
Otoño reincidente
mis ojeras sin luna,
silencio trasnochado
de verdes
mis candados,
soñando abrir las puertas
clausuradas.

XXXIX

La soledad es una trampa
traviesa
que traspasa memorias
al espejo obsoleto.
Me acurruco
en la forma primigenia,
cierro mis ojos insensatos,
y devuelvo a mi rostro
la sonrisa prevista.

Biobibliografía

Leda García (San José/Costa Rica, 1951). Escritora, abogada, comunicadora, actriz, productora y conductora de radio y televisión. Coordinadora nacional de la Asociación de Escritores de Centro América (ADECA)

Ha publicado los libros "Conmigo al desnudo", "Voces de olvido", "Poemas inevitables". Digitalmente, ha publicado "Memoria infiel", "Poemas sonámbulos", "Elogio de la costumbre". Inéditos, tiene "Ojos inconclusos (homenaje a Rubén Darío)", "La mujer del paisaje", "Mi vida en cartas", "Fuga y silencio" y "Cuentos para arrullar estrellas".